No me viene el tema por el crucial presente de Emelec, ni pienso entrar en comparaciones entre el modo de concebir el fútbol del actual técnico eléctrico y el recordado maestro argentino, que escribió páginas que hoy son leyenda en la historia del club porteño.
La columna nace de un intercambio de opiniones en el Facebook entre mis amigos Galo Pulido –integrante del Ballet Azul– e Iván Lascano –jugador juvenil de Emelec–, ambos unidos por el afecto eléctrico y la pasión pelotera en el barrio y en el Vicente Rocafuerte, el hoy maltratado colegio en cuya cancha nacieron tantos cracks.
Galo e Iván han reverenciado el recuerdo de don Fernando, el único director técnico de la institución que es parte de la leyenda; del mito que se creó a base de la refundación del Ballet Azul y el nacimiento de aquella vanguardia memorable de Los Cinco Reyes Magos, comparable solo con El Quinteto de Oro del Barcelona que produjo el fenómeno idolátrico.
No son muchos los que saben del pasado del inteligente y caballeroso entrenador argentino que llegó a Guayaquil en mayo de 1962 para llevar a EMELEC a altas cotas de popularidad. Fue subcampeón olímpico en los Juegos de Ámsterdam de 1928 como zaguero central en pareja con Ludovico Bidoglio. En el primer Mundial, en Montevideo 1930, también fue subcampeón y capitán del seleccionado celeste y blanco, esta vez junto con su compañero de Racing Club, José Pechito Della Torre, quien estuvo luego en Guayaquil dirigiendo al Club Sport Patria.
Paternoster era un defensor de juego atildado, pulcro, elegante e impecable. Tanto lo era que el recordado periodista Félix Daniel Frascara –quien hizo de la crónica deportiva una rama de la literatura junto a Ricardo Lorenzo, Borocotó– escribió esto del gran maestro: «(Paternoster) extraordinario zaguero que paseó su señorío futbolístico por todas las canchas mereciendo el título de El Marqués de Avellaneda». Y quedó para siempre así, como reconocimiento a su juego de aristócrata del balón.
Se retiró en 1936 en Argentinos Juniors, pero ya hacía rato que él se había desentendido de la pelota. En 1938 lo llamaron de Colombia para que se convirtiera en el primer entrenador en la historia de una selección cafetera. Fue con ocasión de los I Juegos Deportivos Bolivarianos cumplidos en Bogotá para festejar los 400 años de la fundación de la capital.
A partir de allí se vinculó al balompié colombiano. Pasó por América de Cali y por Atlético Municipal, que se convertiría posteriormente en Atlético Nacional de Medellín.
Con este último equipo fue campeón del balompié colombiano en 1954 y con ese pergamino llegó Paternoster a Guayaquil con una nómina de lujo que incluía entre los titulares al uruguayo Ulises Terra, a los argentinos Atilio Miotti, Nicolás Gianastasio, Miguel Zazzini y Carlos Alberto Gambina, el paraguayo Casimiro Ávalos –que había llegado del Pereira– y los colombianos Hernán Escobar Echeverri, Ignacio Calle y Humberto Turrón Álvarez. Su rival fue el recordado Batallón Número 21 Cayambe, formado por los mejores jugadores de Guayaquil, reclutados para la conscripción cuando salían del estadio Capwell luego de un partido por el certamen de la Asociación de Fútbol del Guayas.
Cayambe venció 4-3 a los pupilos de don Fernando, formando con Hugo Mejía; Orlando Zambrano, Colón Bajaña, Jorge Carita Izaguirre; Washington Villacreces, César Veinte Mil Solórzano; Mario Saeteros, Enrique Pajarito Cantos, José Vicente Loco Balseca, Colón Merizalde y Gereneldo Triviño. Los militares criollos ganaron en un compromiso espectacular y memorable con anotaciones de Villacreces, Triviño, Merizalde y un golazo de Saeteros.
Diversas publicaciones aseguran que Paternoster estuvo en 1960 en Aucas de Quito, aunque no puede dar referencias por estar lejos del archivo personal. Quien puede reafirmar esta aseveración es Jaime Naranjo Rodríguez, primer estadígrafo de nuestro fútbol y miembro de la Federación Internacional de Historia y Estadística del Fútbol (IFFHS).
Lo que no olvidamos los aficionados al fútbol bien jugado y con el corazón puesto en el césped por sus protagonistas es que el maestro Paternoster llegó a nuestra ciudad el 24 de mayo de 1962. Arribó solo, como llegaban antes los auténticos maestros. Encontró un plantel de gran riqueza técnica y no tardó sino un poco más de un mes en armar una oncena poderosa. No existía la brujería de las ‘estrategias’ ni la hechicería de «mi sistema», que los futbolistas recién entienden luego de un año de derrotas y tortazos internacionales.
Los únicos que asimilan rápido estos engendros son los periodistas de la nueva ola, que explican el funcionamiento de los equipos con el álgebra de Baldor y la tabla de logaritmos de Vásquez Keipo, aunque nadie entiende el enredado idioma en que hablan. Ni siquiera los estudiantes de la Politécnica.
La llegada de don Fernando impulsó la idea de ir a ganar todos los partidos, pero tocando el balón a ras de piso y a uno o dos toques. La victoria era la meta, pero jugando con respeto a la belleza y a la finura estética. Nació así el segundo Ballet Azul que imitaba al primero, creado en 1954 por el chileno Renato Panay. Estaba en el arco Manolo Ordeñana. Jugaba aún Raúl Argüello, sustituido en ocasiones por Orlando Zambrano. Los acompañaban Cruz Alberto Ávila y mi compañero de escuela Juanito Moscol. También aparecía con frecuencia el polifuncional Carol Farah. En la media alineaban habitualmente Rómulo Cucho Gómez y Carlos Pineda, alternando con ellos Walter Arellano, de la selección del Vicente Rocafuerte. Un año más tarde vino el inteligente y magistral Henry Cachito Magri. Y adelante el inimitable José Vicente Balseca, Jorge Bolaños, el goleador Carlos Raffo, Galo Pulido o Manuel Chamo Flores y el argentino Roberto Pibe Ortega o Clemente de la Torre.
Ese EMELEC de don Fernando debutó venciendo 5-2 a Patria, el 15 de julio de 1962, con goles de Raffo (2), Balseca, Pulido y Moscol. No tuvo que pasar un año para que los jugadores de Emelec entendieran lo que quería don Fernando. Tanto privilegiaba el talento el técnico argentino que contra la opinión de muchos puso a jugar en la delantera a dos creadores auténticos: Bolaños y Pulido, basado en la idea de que dos inteligentes siempre pueden jugar juntos. Ambos dieron, por muchos años, verdaderos espectáculos que ya no se ven hoy en que se corre más que se juega y en que se pega más de lo que se marca.
De la mente de don Fernando nació la línea de Los Cinco Reyes Magos, cuyos titulares que quedaron en la historia fueron Balseca, Bolaños, Raffo, Enrique Raymondi y el Pibe Ortega. No fueron los únicos. También formaron parte de esa artillería sin olvidos Pulido, el Chamo Flores, el argentino Horacio Reymundo, Moscol y De la Torre.
No tengo nada que envidiar a los que creen que hoy se ve el mejor fútbol en nuestras canchas. Yo vi arte puro con el Ballet de don Fernando, campeón de 1962, 1964 y 1966 en el torneo de la Asoguayas y campeón nacional invicto en 1965. En mayo de 1967, cuando se preparaba para dirigir en otro certamen ecuatoriano, EMELEC lo despidió. Regresó a Buenos Aires y solo vivió unos pocos días. Murió el 6 de junio de 1967.
“Ustedes lo mataron. No soportó la tristeza de haber sido despedido”, le dijo la viuda de Paternoster a Otón Chávez cuando la visitó en la capital bonaerense. Otón –que no tenía ninguna culpa– lo contó en revista El Gráfico, en 1991 (la edición especial Emelec, una pasión ecuatoriana).
Ricardo Vasconcellos R.
rvasco42@hotmail.com
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